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Mi apagón y mi vuelta a la luz...

  • Foto del escritor: Lucía Quiroga
    Lucía Quiroga
  • hace 16 horas
  • 3 Min. de lectura

He tardado unos días en escribir mi percepción del "día del apagón". Aún, entre la incredulidad y el habérmelo tomado como con mucha calma, lo cual aún no he decido si es preocupante o no, reflexiono sobre la importancia de sacar conclusiones que, nuevamente, nos lleven a apreciar la bondad y la solidaridad humana por aquí abajo, sin tener información y sin empeñarnos en que los "de arriba" se vayan a ocupar de nosotros.


Lunes, 28 de abril de 2025, sobre las 12,30, ahí estaba yo en mi despacho, inmersa en terminar de preparar la presentación para hablar el 6 y 7 de mayo sobre innovación en el Ayuntamiento de Málaga. Ahí andaba yo, adelante, atrás, esta sí, esta no.... ¡Ains! el afán de perfeccionismo, que nunca encuentro que lo que preparo acabe de estar bien...


Y, ¡pluff! Se va la luz.. En la planta donde está mi despacho, en la segunda,, en Málaga, está el personal de la Agencia Digital de Andalucía y, precisamente, esa mañana estaban revisando algunos fallos que estaba dando la instalación de Wifi. Así es que, claro, sale alguien de un despacho a decirle a un compañero: "Pero, ¿dónde has tocado?". Él le responde: "Nada, nada, no he tocado nada. Que se ha ido la luz en todo el edificio".


AY, en todo el edificio. Lo que aún no sabíamos es que la luz y las comunicaciones se habían ido en toda la ciudad.


Yo tenía que seguir trabajando, así es que, rauda, cojo mi portátil y me dispongo a llegar a casa a seguir trabajando. Y es entonces, cuando voy siendo consciente de que todo está apagado. Ningún negocio tiene luz. La gente parece perpleja. Me voy dando cuenta de que algo mas gordo está pasando... Los semáforos no funcionan. Y me pregunto cómo puedo estar preocupada con la presentación de mi ponencia, cuando algo más importante debe de estar pasando.


Cruzo, jugándome la vida, porque, claro, los coches, autobuses, taxis y demás, campan a sus anchas. Aún así, corriendo, consigo cruzar.


Reconozco que, al principio, siento incredulidad, esperanza de que esto durará un minuto, como siempre pero..., sólo quiero llegar a casa y empiezo a darme cuenta, y creo que el resto de personas también, de que esto no va a durar un minuto.


Vivo en un piso 13. Entiendo que no hay ascensor (al día siguiente me entré de que sí había porque va con gasolina, aunque no recomendaban su uso). Nuevo reto: subir 13 pisos andando. Sé que podré, pero empiezo a pensar en esas personas que, quizá, no puedan. En mi edificio viven personas mayores...


Llego, tras varios descansos a casa. Y, desde mi ventana empiezo a comprobar que, poco a poco, nos vamos civilizando. Al principio, como dije antes, coches y demás campando a sus anchas y los transeúntes jugándonos la vida. Bocinas, exabruptos varios porque queríamos, quieren cruzar pero no se puede sin semáforos. Sin embargo, según va pasando el tiempo, observo que podemos ponernos de acuerdo. No nos hace falta más que un poquito de humanidad. Los coches paran, cada cierto tiempo para que las personas crucen. Se acaban las bocinas y las impaciencias. Parece que se establece un orden, no reglado, que hace que todo funcione, aún sin semáforos. Una vez más, todo esto me hace pensar que sí, que aún tenemos esperanza en que somos capaces de ser humanos...

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