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  • Foto del escritorLucía Quiroga

El Coronavirus y las Administraciones Públicas: ¿oportunidad o riesgo?


Primero fue una alerta sanitaria; después, fue declarada pandemia. Finalmente, se ha declarado el Estado de Emergencia en nuestro país. El Coronavirus ha llegado pisando fuerte, pero, esperemos que no para quedarse. En el camino, nos está demostrando que la innovación y el saber reaccionar ante acontecimientos imprevistos, no tendría, o no debería estar reñido con una mínima planificación. Las Administraciones Públicas tendrán que replantearse muchas cosas que ya no funcionaban antes del COVID-19, aunque habrá quien lo vea como una oportunidad y quien lo haga desde el miedo a perder algún privilegio mal entendido. Empecemos por unas reflexiones generales sobre lo que implica e implicará esta crisis para nuestras organizaciones.



Nuestras Administraciones Públicas no estaban preparadas para una situación así y están atendiendo y resolviendo las situaciones sobrevenidas, como pueden, y siguiendo las lógicas prioridades de preservar, antes que nada, la salud de todas las personas. Pero el resto de actuaciones que se están llevando a cabo sobre la marcha, implantar el teletrabajo, por ejemplo, tal como escribí en un artículo hace poco, evidencian una necesidad de replantearnos el papel eficaz y eficiente de nuestras Administraciones Públicas y la respuesta y excelencia de los servicios públicos que estaban ofreciendo hasta la llegada de esta crisis.



Todas esas situaciones, que ahora visibilizan, entre otras muchas cosas, la falta de planificación, por ejemplo, en la organización interna del trabajo, debieran servirnos para hacernos crecer hacia una administración racional y excelente. Pero ¿lo veremos como una oportunidad, o como un riesgo, al evidenciar que muchas de las cosas que veníamos haciendo quizá no hacían tanta falta o deberían haberse hecho, desde hace mucho tiempo, de otra manera?

Ya adelanto que, mi respuesta personal a esta pregunta es y será siempre que tenemos delante una gran OPORTUNIDAD, pero solo sabremos sacarle partido, si aceptamos los riesgos y nos quitamos tantos miedos que nos impiden salir de nuestra zona de confort, esa en la que siempre hacemos lo mismo y de la misma manera porque «siempre se ha hecho así».

Quiero puntualizar que me estoy refiriendo a la parte general de nuestras Administraciones Públicas porque pretender abarcar toda la parte sectorial en uno o varios artículos, seguramente impediría llegar a propuestas y conclusiones concretas, por aquello de que en esto, como en muchas otras cosas, no sirve «el café con leche para todos», por cierto una práctica muy habitual en nuestras organizaciones públicas.


Esta crisis implica, e implicará, primero, que no nos instalemos en lo que nos falta, sino en lo que podemos aportar para ayudar a salir de ella cuanto antes y con las menores consecuencias posibles. Ahora mismo, es lo que podemos y debemos hacer.

Pero cuando esta crisis pase, que pasará, todo lo ocurrido debería implicar una reflexión profunda, sincera, de quién, qué, cómo y cuándo se trabaja en nuestras Administraciones Públicas. Además, esta reflexión no debe quedarse, como casi siempre, en pensamientos y desideratas. Deberemos, después, pasar a la acción, ser valientes y hacer un diagnóstico real, con propuestas claras de mejora, de la forma de trabajar en nuestras organizaciones.

Las personas que trabajamos en el sector público tenemos que empezar a hablar de nuestros deberes, además de nuestro derechos, que son muchos, ambos. Y tenemos que hablar de esos deberes desde el convencimiento profundo de que tenemos mucho que aportar, como profesionales que somos, para que el funcionamiento interno de nuestras organizaciones y los servicios públicos ofrecidos, respondan a las necesidades reales de la ciudadanía a la que nos debemos. Eso sí, las personas directivas, esas que toman las decisiones, son las primeras que deben tener esto presente. De nada servirá tener a los y las mejores profesionales, a los mejores equipos, si quienes tienen que hacerlo no establecen los mecanismos necesarios para el trabajo colaborativo, el conocimiento compartido, la implicación, la motivación y la participación activa de esas personas que trabajamos en las administraciones públicas.



A veces, el «enemigo» no es un virus, sino nuestras propias organizaciones. Por eso, ahora, es el momento, la OPORTUNIDAD para decirle y demostrarle a la sociedad que las personas que trabajamos en el sector público no somos parte del virus, sino parte de su solución. Pero, para eso, tendremos que aplicarnos mucho y afrontar situaciones nuevas, con herramientas y métodos diferentes a los que, hasta ahora, veníamos utilizando en nuestros trabajos y, por supuesto, ser muy flexibles y rápidos para seguir dando esos servicios públicos utilizando canales y medios que se adapten a la nueva situación.


Viene muy al caso ahora, recordar los llamados entornos VUCA, un concepto que comenzó a utilizarse tras el final de la Guerra Fría por el U.S. Army War College y que posteriormente se ha utilizado en los campos de la estrategia empresarial, aplicándose a todo tipo de organizaciones, también a las Administraciones Públicas. VUCA responde al acrónimo inglés compuesto por cuatro términos: Volatilily (volatilidad), Uncertainty (incertidumbre), Complexity (complejidad) y Ambiguity (ambigüedad).

Este entorno VUCA describe un ambiente caótico, turbulento y rápidamente cambiante de la nueva normalidad. Nada describe mejor, creo, lo que estamos viviendo ahora como consecuencia del Coronavirus, situaciones y entornos que generan altos niveles de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad y que son en los que, en la actualidad, se están moviendo las organizaciones y las Administraciones Públicas, obligándolas a adaptarse a los continuos cambios que atacan su programación estratégica y sus rutinas profesionales y haciéndolas vivir envueltas en situaciones que requieren de una reacción rápida, anticipada y constante a los diferentes cambios que ocurren a diario.

En resumen, esta crisis del COVID-19 implica muchas cosas para nuestras Administraciones Públicas:

  • Una reflexión profunda, sincera, de quién, qué, cómo y cuándo se trabaja en nuestras Administraciones Públicas.

  • Un papel activo, tanto de las personas trabajadoras, como del personal directivo y de los gobiernos, para promover, apoyar y hacer que los cambios sean efectivos con el objetivo de hacer de nuestras Administraciones Públicas unas administraciones excelentes.

  • Una auténtica adaptación al cambio permanente, aportando soluciones innovadoras y no instalándonos en la queja habitual que, muchas veces nos caracteriza.

  • Una gran dosis de implicación, ilusión y creencia de que las personas que trabajamos en las Administraciones Públicas tenemos mucho que decir y que aportar para mejorar la manera de trabajar y los servicios que prestamos.

  • El compromiso firme de estar formándonos continuamente, tanto en el uso de las herramientas tecnológicas, como en las competencias necesarias para desarrollar nuestro trabajo buscando la mejora continua.


Son «pocas», pero muy profundas y poderosas. Cada una de estas implicaciones conlleva muchas medidas, algunas ya imponiéndose sobre la marcha y otras que estarán por llegar. Conviene no perderlas de vista; conviene que, cuando esta crisis pase, no nos olvidemos de que muchas de esas medidas no eran, o no debían ser, solo de emergencia. Será entonces, cuando una vez perdido el miedo, una vez aceptado que correr algún riesgo no siempre es tan malo, nos daremos cuenta de que, si seguimos avanzando, aprovechando la estela que desgraciadamente nos tuvo que marcar una pandemia, supimos, de verdad, aprovechar la situación y convertir el RIESGO en OPORTUNIDAD.



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