Cuando las respuestas no están allá afuera...
- Lucía Quiroga
- 29 ago
- 3 Min. de lectura
Cuando las respuestas no están allá afuera, se me queda cara de Fújur, el lindo dragón de “La historia interminable”, ese maravilloso libro que nadie puede perderse. Curioso que es lo que me ha aparecido en el fondo de mi taza de café hoy…

Porque, hoy, bueno, siempre, mi alma buscaba respuestas allá lejos, afuera. Y no sólo buscaba respuestas; también buscaba soluciones, pero soluciones rápidas, el “lo quiero y lo quiero ya” y también las buscaba allá lejos, afuera…
Andaba mi alma errante creyendo que todo esto de la vida tenía que ser un juego fácil, pero, sobre todo, rápido, lleno de momentos sólo felices porque el resto, esos momentos, a veces tristes o que me costaban más, esos, esos no eran para mí. En mi vocabulario no entraban palabras, conceptos como sacrificio, constancia, resistencia… No, esos no eran para mí porque yo me merecía algo mejor, pero, sobre todo, más fácil y rápido.
Y, ¡ay!, cuán equivocada estaba. Pero sólo conseguí darme cuenta cuando decidí yo misma darme cuenta y aceptarlo. De nada habían servido tantos consejos, tantas palabra amables venidas de otras personas que, ahora sé con certeza, que me querían, que me quieren mucho. Sólo empecé a ver, a vivir con claridad, cuando entendí que “echar balones fuera” era uno de los tantos parches que había ido poniendo en cada momento vivido en el que algo no me encajaba.
Hoy, ayudada de mi querida Madre Naturaleza, después de observarla cada día y de aprovecharme de sus enseñanzas, sé que la vida es un camino sin retorno, pero un camino que, si sabemos recorrer con esos valores que nos hacen únicas, bien merece la pena.

Como una hormiguita, siempre caminando hacia adelante, poco a poco. Cuentas con tu equipo, sí, pero, a veces, hay tramos que te toca hacer sola, como a esta trabajadora incansable que carga con una avispa muerta, seguro, para llevarla al hormiguero y compartirla con el resto...
Como unas flores que se exponen al viento, pero que aprovechan ese aire, no para marchitarse, sino para seguir entrenando el noble arte de la resistencia sana. Porque, “el que algo quiere, algo le cuesta”. Y no tenemos que verlo como algo peyorativo, igual que tampoco es un suplicio el sacrificio, que parece que es otra de los conceptos que hemos denostado. El sacrificio es aquello que estamos dispuestas a hacer porque queremos llegar a algún sitio. Y sí, también es posible disfrutarlo.

El gran problema, entonces, es ¿qué quiero hacer?, ¿qué voy a hacer?, ¿qué estoy dispuesta a hacer para caminar hacia esa vida que quiero? Y sí, insisto, no todos los días son soles al cien por cien, pero siempre hay momentos, en cada día, de los que puedo sacar un poquito de esperanza, de alegría y de saber que soy yo la que decido. Allá afuera, están esas cosas que nos vana venir de manera irremediable, pero lo que yo haga cada día, lo decido yo y sólo yo. Y, además, si encima cuento con un equipo de personas que sé que me quieren… ¿Qué más podría pedir?
Me pongo en marcha una vez, mirando hacia adelante, sin reproches, sin compadecerme de mí misma porque sé que podría haber hecho otra cosa y no lo hice, convencida de incorporar a mi vocabulario esos conceptos como acción, paciencia, sacrificio, dedicación, constancia, resistencia, perdón y gracias.
La vida sigue y sólo yo tengo la responsabilidad de hacer con la mía lo que considere que me puede hacer más feliz. Y esto aplica, no sólo a la vida personal, sino también a la vida profesional, esa de la que tantas veces nos quejamos cuando no hemos sabido limpiarnos las gafas y mirar a nuestro equipo con un amplificador del talento porque, yo vivo mi vida, sí, pero también me importa cuánto puedo hacer por la de las personas de mi equipo, por las personas que me rodean y que, muchas veces, me dan muchas cosas que ni siquiera soy capaz de apreciar por eso, por eso de sólo “mirarme el ombligo” y buscar causas y soluciones allá afuera. Siempre es más fácil convencerse de que “la culpa es del mundo que está contra mí”.
¡Feliz viernes!